Jorge Cebreiros Arce
Presidente de la Confederación Empresarial de Pontevedra
Vayan por delante mi solidaridad y reconocimiento a los habitantes de La Palma, muy especialmente a aquellos que han visto arrasada su vida bajo una riada de lava incontenible. Nada es comparable a una erupción volcánica en marcha. La Naturaleza es implacable y nos lo recuerda, de la manera más dolorosa posible, cuando desata sus elementos.
De alguna manera, los empresarios, sobre todo los pequeños y medianos, y también los autónomos y emprendedores, hemos vivido también episodios implacables recientemente, que han puesto a prueba nuestro tesón, capacidad de reacción, determinación e incluso nuestras vocaciones.
Me gustaría que, por unos breves momentos, todos nos podamos poner en los zapatos de cualquier empresario que ha invertido su tiempo, energía y esfuerzo, arriesgado su patrimonio y dedicado buena parte de su trayectoria vital a sacar adelante un proyecto en estos tiempos turbulentos.
Hacemos muchísimos números antes de lanzarnos, comprobando la viabilidad de nuestro proyecto empresarial. Cuando ya está en marcha, pasamos horas y horas calculando costes de producción, personal, instalaciones (alquiler, costes financieros, impuestos, etc.), servicios (luz, agua, internet, etc.), previsiones de ventas…
En marzo de 2020, se desataba la pandemia del COVID-19, originando una crisis sanitaria sin precedentes que derivó en una crisis socioeconómica, también inédita. Meses de incertidumbre, de cambios legislativos de última hora y, lo más duro de todo, el confinamiento y el cese total de toda actividad no esencial. Las autoridades fueron saliendo al paso, con más o menos acierto. Surgieron los ERTE y sus prórrogas.
La reactivación, que no recuperación, ha empezado y es desigual por sectores, con menos vigor del que se suponía a estas alturas, complicada por factores que, sin haber sido ignorados hasta ahora, de repente han cobrado nueva dimensión, que ha superado toda previsión, colándose en primera fila de nuestras prioridades.
Un año y medio más tarde, los ERTE llegan a su fin sin que muchas empresas se hayan recompuesto ni tengan respaldo alternativo. A esto se unen la carestía y falta de componentes y materias primas en general. Se suma la crisis de la energía, con unos precios disparados y disparatados: cada día batimos un nuevo récord por el precio de la electricidad sin que nadie se inmute, aunque murmuramos por lo bajo cómo ha subido todo.
El alivio producido por el anuncio de la Unión Europea de poner a disposición del tejido productivo los fondos Next Generation se ha topado de bruces con la maraña burocrática que se exige, y que ni en momentos tan críticos como los actuales somos capaces de acelerar. La urgencia con la que se necesitan los fondos es diametralmente opuesta a la agilidad con la que un pequeño o mediano empresario puede llegar a comprender y cumplir toda la legislación de todos los niveles de administración pública en España.
La inseguridad jurídica galopa a tumba abierta cada vez que hay un consejo de ministros -tómese como ejemplo la ampliación de la moratoria concursal-, o cuando el Tribunal Constitucional falla contra una ley como la de la Plusvalía. La sensación, para los empresarios es que nos movemos sobre arenas movedizas. Cada mañana nos despertamos con un nuevo sobresalto.
El penúltimo, el conflicto entre ministerios a raíz de la reforma laboral. Se lanzan mensajes a medios a modo de puñaladas, volando las cuchilladas en el seno del Gobierno, mientras a los empresarios se nos invita a sentarnos a negociar, cuando en muchas ocasiones se nos ha tratado como convidados de piedra.
Hemos vivido crisis antes, pero nada como esto. Es verdad que las dificultades nos hacen más fuertes, pero agradeceríamos que, en lugar de ponernos palos en las ruedas, por una vez, sólo por una vez, se pongan nuestros zapatos y nos ayuden, si pueden, a empujar, todos juntos, en la misma dirección, para poder contribuir a que toda la sociedad salga reforzada y mirando hacia el futuro con optimismo. Lo necesitamos.