Jorge Cebreiros Arce
Presidente de la Confederación Empresarial de Pontevedra
Estábamos a principios del 2020, nos llegaban noticias de mal tiempo allá por alguna provincia en China con nombre difícil de pronunciar. Llovía a lo lejos, como esos monzones de duración incomprensible para quien no está habituado al clima tropical.
Poco después, el mal tiempo se extendió como una borrasca sin fin que, con el paso de los días y las semanas, se profundizaba más y más, obligándonos, incluso a buscar refugio y paralizar toda actividad no esencial.
La implacable pandemia de COVID-19 sigue suponiendo una amenaza, y no termina de despejarse el firmamento en Europa, a pesar de las vacunas y la inmunización de una parte significativa de la población. En las últimas semanas, incluso, asistimos a un debate sobre la necesidad de aplicar más dosis de las recomendadas hasta ahora, debido a la aparición de nuevas variantes, más resistentes, que, auguran los menos optimistas, pueden obligar a volver a endurecer las medidas sanitarias.
Las empresas no hemos permanecido al margen de las inclemencias. Al contrario, hemos aguantado el chaparrón de las consecuencias de la paralización de las actividades económicas no esenciales y el vendaval de la crisis económica desencadenada por la paralización de la producción en Asia o de la actividad a logística internacional a raíz del cierre de fronteras por todo el globo.
Tras el fin del confinamiento, sin embargo, no llegó la calma. Con mucha ilusión embalsada, urgía recuperar los meses de producción, actividad y facturación perdidos. Más bien al contrario, pronto descubrimos sus consecuencias. Llovía sobre mojado.
No hay condiciones para la normalización, por la escasez de componentes o el alza de las materias primas (hasta un 60%), el encarecimiento de los fletes marítimos (que se triplicaron, cuadruplicaron o quintuplicaron en función de la ruta) o el retraso de los plazos de entrega por los pedidos postergados.
Lo más triste de todo es que, como dice el dicho, a río revuelto, ganancia de pescadores. Recientemente hemos denunciado desde la Confederación Empresarial de Pontevedra que las grandes navieras que dominan el mercado marítimo internacional alcanzan acuerdos bajo cuerda que anulan las condiciones de libre mercado, perjudicando al resto de la cadena logística.
Estas grandes compañías han obtenido beneficios récord en los últimos seis meses, tras lograr de las autoridades de la Competencia de la UE una prórroga de exenciones de la normativa a aplicar sobre su actividad hasta abril de 2024. Se ha generado una situación de oligopolio de facto que pone contra las cuerdas a muchas empresas que dependen de los suministros que les llegan vía marítima, en algunos casos, hasta un 90% del total.
Algo similar sucede con el mercado de la energía. A los factores habituales de presión que ejercen las grandes compañías se suma la tensión sobre los precios (cuotas de producción, inestabilidad en países productores de gas o petróleo, etc.) y la urgencia de cambiar de modelo energético hacia alternativas más sostenibles.
En el caso de la producción de la energía eléctrica, el cierre de centrales nucleares y la aplicación de una política fiscal compensatoria repercute de forma directa en el precio de la electricidad y empresas y usuarios finales sufrimos tarifas inéditas e insostenibles.
Por si fuera poco, las medidas adoptadas para frenar el impacto en el tejido productivo del cese total de la actividad no pueden ser indefinidas, a pesar de que la reactivación de la actividad ha sido muy desigual por sectores y muchos pequeños y medianos empresarios fían su recuperación a las ayudas que les permitan volver a los niveles de facturación previos a la pandemia. La retirada de algunos de estos estímulos (ERTEs, moratoria concursal, reembolso de los créditos ICO…) es una amenaza en sí misma.
Y mientras, nuestros Gobiernos, tanto nacionales como europeo, parecen no saber que paraguas abrir para ayudarnos a soportar tanta lluvia, o quizás sea peor, y no tengan ninguno y también a ellos les pilló esta galerna.
Tantos frentes abiertos suponen una tormenta perfecta, con un aparato eléctrico cuyas descargas están dejando chamuscadas a las empresas y a los ciudadanos, y pueden dejar calcinado a buena parte de nuestro tejido productivo. Ojalá que entre todos encontremos la manera de sobreponernos a los elementos de esta tormenta perfecta.